"El feminismo es la creencia en la igualdad social, política y económica de los sexos." Recuerdo haber leído esta definición de feminismo en mis primeros 20 años, y fue como una revelación. Era más que una definición, era una promesa. Una promesa de que mi voz, como mujer, sería escuchada.
Una promesa de que todas las mujeres, independientemente de su raza, religión o nacionalidad, se unirían en solidaridad. Creía que el feminismo era una verdad universal, una que trascendía las divisiones políticas y culturales.
Pero el 7 de octubre, mientras me sentaba aterrorizada viendo a mi gente - mujeres judías como yo - siendo violadas, secuestradas y asesinadas por terroristas de Hamas, me di cuenta de que esta promesa había sido quebrantada.
El movimiento feminista, que alguna vez se sintió como un refugio para todas las mujeres, de repente se quedó en silencio. Sin marchas, sin indignación, sin campañas en redes sociales exigiendo justicia para las mujeres judías brutalizadas por terroristas.
El feminismo que alguna vez me hacía sentir empoderada ahora se sentía como un club exclusivo, donde las mujeres judías no eran bienvenidas.
Este despertar no solo se trató de los horribles eventos de ese día; se trató de la respuesta global, o más bien, la falta de ella.
El movimiento feminista, que debería haber liderado la condena de tal violencia, brillaba por su ausencia. Esperaba el clamor, los hashtags de "Estoy con las mujeres israelíes" inundando las redes sociales. En lugar de eso, lo que vi fueron excusas, racionalizaciones y un perturbador silencio de las mismas organizaciones que dicen luchar por los derechos de las mujeres.
Empatía selectiva del movimiento feminista
Esta no es la primera vez que veo empatía selectiva por parte del movimiento feminista, pero las apuestas nunca han sido tan altas. Hasta el día de hoy, cinco jóvenes mujeres judías siguen siendo retenidas como rehenes en Gaza por Hamás.
Sus vidas penden de un hilo, sin embargo, el movimiento feminista global permanece extrañamente callado.
Es imposible no recordar el 2014, cuando el grupo terrorista islamista Boko Haram secuestró a 276 niñas nigerianas. El mundo se unió en indignación.
La campaña #BringBackOurGirls se convirtió en un grito de justicia con celebridades, políticos y activistas exigiendo su liberación. Las redes sociales se inundaron de publicaciones, se organizaron marchas y la presión global aumentó.
Pero ahora, mientras las chicas judías son retenidas por Hamas, otra organización terrorista islamista, el silencio es ensordecedor. ¿Dónde está la indignación equivalente? ¿Dónde están las campañas? ¿Por qué es diferente esta vez?
La respuesta es difícil de enfrentar, pero cada vez más clara: las mujeres judías, particularmente las mujeres israelíes, no encajan en la narrativa feminista. Cuando se comete violencia contra nosotras, no genera el mismo nivel de preocupación.
Se nos ve como políticamente inconvenientes y nuestro sufrimiento se descarta o ignora porque no se alinea con la visión del mundo de ciertos activistas y movimientos.
Como feminista judía, esta ha sido una dolorosa realización. El feminismo, que alguna vez se sintió como una herramienta poderosa de solidaridad y empoderamiento, ahora se siente fracturado, politizado y excluyente.
El movimiento feminista ha sido secuestrado por agendas políticas que aplican selectivamente sus principios dependiendo de la identidad de la víctima.
'El dolor judío no importa'
Cuando las organizaciones feministas no hablan en contra de las atrocidades cometidas contra las mujeres judías, están enviando un mensaje claro: el dolor judío no importa.
Este despertar doloroso me ha llevado a cuestionar el futuro del propio movimiento feminista.
¿Cómo podemos afirmar que defendemos los derechos de las mujeres si decidimos selectivamente qué mujeres merecen protección? ¿Cómo podemos hablar de igualdad cuando las mujeres judías son borradas de la conversación?
El movimiento feminista, en su esencia, debería ser sobre la defensa de los derechos y la dignidad de todas las mujeres, independientemente de sus afiliaciones políticas o religiosas. Cualquier cosa menos que eso es una traición al propósito mismo del movimiento.
La violencia del 7 de octubre no fue solo un ataque a Israel, fue un ataque a los principios universales de los derechos humanos y la dignidad.
El silencio del movimiento feminista frente a estas atrocidades no solo es preocupante, es peligroso. Indica que las vidas de las mujeres judías son menos valiosas y menos merecedoras de la empatía y protección del mundo.
Si el feminismo ha de significar algo en absoluto, debe ser un movimiento que trascienda la política. Debe ser un movimiento que defienda a todas las mujeres, en todos los lugares, en todo momento. Las mujeres judías, al igual que todas las mujeres, merecen sentirse seguras, escuchadas y protegidas.
No podemos permitir que el feminismo sea utilizado como una herramienta de exclusión, porque cuando abandonamos a un grupo de mujeres, socavamos al movimiento en su conjunto.
Como feminista judía, me niego a quedarme en silencio ante esta traición.
Debemos exigir que el movimiento feminista cumpla sus promesas.
Debemos recordarle al mundo que el verdadero empoderamiento no se logra elevando a un grupo de mujeres a expensas de otro.
Solo cuando reclamemos el espíritu de inclusión y solidaridad podremos comenzar a reconstruir un movimiento feminista que esté a la altura de su nombre.
La escritora es una nueva inmigrante de Francia que hizo aliá en octubre de 2022. Actualmente trabaja como coordinadora de prensa y medios de comunicación para la Organización Sionista de América, donde aboga por los valores sionistas y apoya iniciativas pro-Israel a nivel mundial.